Queso con limón

No es cualquier queso, no es cualquier limón.

Músico de orquesta I

Ninguno de nosotros tiene idea de cuántos kilómetro recorremos a lo largo del año. Nos limitamos a subirnos al bus y bajarnos en el pueblo donde nos toque ese día. Es como teletransportarse, si no fuera por las charletas y bromas que surgen en el camino; esas que obviamente desaparecen en el verano cuando el nuestros cuerpos apenas dan para hacer el show. Se aprecia de ida y de vuelta solo el ruido del motor y algún »parada para echar un pis», antes de apearnos en alguna gasolinera o arcén para hacer nuestras necesidades.

No es fácil este trabajo, como ningún otro seguro. Físicamente exige un montón, sobretodo a los cantantes y bailarines. Yo que ahora voy de músico y de vez cuando hago mis pinitos por la delantera me cuesta en algunos casos, más que nada cuando toca dormir poco y debes dar una imagen al público. Eso es lo más difícil, demostrar que estás tan fresco una lechuga cuando es todo lo contrario.

Nadie nos obliga, eso está claro. Hacemos esto porque lo amamos y hemos hecho muchos sacrificios para estar allí siendo »los bomberos de la tristeza», como diría mi gran amigo Juan Fresneda. Siempre damos el 100% pase lo que pase. He visto dentro de nuestro grupo parejas discutir y compañeros gritarse hasta el punto de parecer que se pegarían, pero una vez sube el telón entramos a nuestro mundo y los espíritus musicales nos abordan. Todos los problemas desaparecen, o al menos disminuyen en su gran medida. Los aplausos y ovaciones -cuando las hay- curan todos los males.

Una de las cosas que más me agrada de este trabajo y que no tienen nada que ver directamente con la música, son los atardeceres y amaneceres que solemos ver casi siempre. Es una maravilla sentir cómo nos despide el día deseándonos »mucha mierda» y luego el amanecer -paradójicamente- dándonos las buenas noches mientras regresamos a casa. Dormimos de día y trabajamos de noche, una de las cláusulas tácitas del contrato de músico que firmamos con nosotros mismos.

Me habría gustado pertenecer a este mundo desde mucho antes y aprovechar aún más, si cabe, todo lo bueno, pero la vida es así y quizás hoy no me dedicaría a esto. Somos todo lo que aprendemos diariamente y en parte agradezco llegar aquí con madurez. No sé que pasará en los próximos años, si seguiré viviendo de la música como lo hago ahora o desde otras ramas; lo que sí tengo claro que es disfrutaré cada nota tocada, palabra cantada y paso de baile como si fuera el último.

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