Esa tarde fue la última vez que vi una mirada tan tierna y sincera. Esa que rogaba no ser lastimada y que, por supuesto, rompí mi promesa de no hacerlo. Gritaban sin cesar que me amaban con locura y con el tiempo dichos ojos se irían marchitando, mirando diferente; mientras yo, ensimismado en mi negativa de aceptar que la había perdido, escudriñaba cada rincón de las pupilas tratando de encontrar algún atisbo de esperanza, de que todo volvería a ser como antes, mas esta vez el reloj haría su trabajo extinguiendo la luz que en mi presencia emanaba de esas cuencas.
El sol cayendo a nuestras espaldas, el agua del mar que nos acariciaba los píes y la arena que servía de colchón serían mis cómplices para convencerla de que todo estaría bien, de mentirle una vez más como ya era costumbre. Por dentro creía que no sería así y que el sentimiento de culpa que me embargaba y el miedo de volver a perderla me habían transformado en otra persona, pero el engaño es intrínseco a mí, por ello tiendo a repetir los mismos errores lastimando a todo aquello que me rodea.
Sus palabras fueron francas y aún retumban en mi cabeza. Su voz salió del alma y aunque no verbalizara pude haber interpretado sus labios a la perfección con solo mirarlos, los conocía tan bien como a mí mismo. Ninguna puesta de sol volvió a ser igual, el mar huele diferente y el azul luce opaco. Descubrí con el paso de los años que las personas se transforman en lugares y su estatua, de madera para que el salitre no la corroa, está encallada en esa playa caribeña donde vivimos tantos momentos de nuestra adolescencia y a la que algún día volveremos a escribir nuevos capítulos, esta vez con caminos diferentes.
Me da paz saber que ha encontrado su sitio y que otra persona goza de esa efusiva mirada que necesita tan poco para brillar, algo tan simple que tardé en descubrir y que me tocaría repetir esta historia un par de veces más para entenderlo. A ella le bastó una y eso siempre dudé de su capacidad para asimilar las cosas, mira si era presumido.
Si los ojos son la ventana del alma he de decir que esa fue una de las más puras que he conocido. De las que aprendí cosas que no entendí pasado muchos años. Hoy solo queda agradecer todo lo aprendido y pedir perdón por no valorar la belleza que me enseñó.

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