Llueve muchísimo. La plaza donde vivo esta empapada, mi cara también. Menos mal que estoy solo en casa y he podido llorar a moco suelto sin temor a ser escuchado.
El clima es propicio para estar en la cama acompañado de una persona especial y no para escribirle precisamente una especie de carta de despedida. Ya ni sé lo que estoy redactando, en tres años y medio se viven muchas cosas. Quiero copiar ideas que siento serán pertinentes decirle y acabo por llenar una hoja por ambas caras. Puedo completar diez si quisiera, el nudo en mi garganta no se desatará tan fácil, pero las lagrimas ayudan y hago lo posible para que no caigan en la hoja de papel.
La palabra que más me viene a la cabeza es »perdón». Sé que no hice nada mal, pero me considero culpable por haber podido dar mas de mí y que esta misiva en cambio diría otras cosas. Siento que esto ya lo he vivido antes con mi anterior pareja: esperar hasta último momento para salvar algo que quizá ya está perdido gracias a mí, o al menos así me lo parece. No tiene caso arrepentirse.
Hemos quedado en vernos dentro de un par de horas; la idea ha sido mía porque ella, hace apenas un par de semanas, me dijo todo lo que me tenía que decir, fue clara y se lo agradezco por mucho que duela. Es una persona sincera, así que no se arrepentirá de la decisión que ha tomado. Me salió fuerte la niña y por eso la admiro.
La lluvia no cesa y parece que así será al menos un buen rato, por lo tanto no puedo ir a su encuentro en la moto. Quería ir a un parque porque sé que me derrumbaré al comenzar a leer el papel, pero el aguacero acabó con mi deseo, ahora iremos a un bar que está frente a su casa. Me dijo de venir hasta mi barrio, pero tiene el limpiaparabrisas del coche dañado así que el chaparrón también se lo impide. Tomaré el tren que son cuatro paradas mas cinco minutos caminando.
Ya casi es la hora de salir y aún me quedan muchísimas ideas en la cabeza. Para agilizar plasmo las que considero más importantes. Escribo tan rápido que seguramente ni yo entenderé cuando lea y espero que no se antoje de quedarse el papel, aunque posiblemente me la pida ya que tiene pocas cosas mías escritas a mano, por el contrario yo tengo un montón de papelitos de su puño y letra, uno de los detalles que más echaré de menos.
Hacía unos meses que no me movía en tren y que yo recuerde era la primera vez que iba hasta su barrio en él. ¿Cuántas veces había venido ella hasta el mío así? Creo que no se pueden contar. Cuando se le mete algo en la cabeza nadie la puede parar y aunque diluviara, si se le antojaba, aquí estaba. Tiene un tesón digno de admirar.
Llevo gorra para que no se fijen en mis ojos rojos e hinchados y en Spotify reproduzco una y otra vez »La mejor versión de mí» de Natti Natasha y Romeo. Yo lo llamo terapia de choque: una canción de desamor para el despecho es lo mejor, si eres capaz de soportarla claro está. Alguna lágrima se me escapa en el trayecto y aparentemente nadie se da cuenta.
Salgo de la estación y llueve un poco, no tanto como para abrir el paraguas y a medida que me acerco al sitio el corazón se me acelera cada vez más. Las palabras se me atorarían si no fuera por mi grandiosa idea de llevarme la chuleta.
Nos encontramos en la entrada del local y mi cabeza de queda en blanco, solo se me ocurre saludarla con un abrazo.
-¿Terraza o dentro? -Le delego la responsabilidad.
-Me da igual, elige tú. -Se lava las manos.
-A mí también me da igual. -Le respondo sin interés aunque no sea así. En la terraza hay siete mesas, dos de las cuales están ocupadas y seguro nos escucharían, cosa que no quiero, ni mucho menos que nos vean.
-Vamos dentro entonces. -Me aventuro, sin saber siquiera si en el interior hay más gente. Por suerte en el comedor solo hay una mesa ocupada por un par de ancianos que encima se están yendo.
Aquí estamos, ella y yo sentados frente a frente. Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo empezamos a parlotear sobre temas banales mientras nos zampábamos dos cervezas artesanales. Aunque lo que decimos no guarda relación con lo que en realidad importa yo trato de contener las lágrimas en todo momento.
-Bueno, ¿qué era lo que querías decirme o de qué quierías hablar? -Suelta sin anestesia.
-Aquí traje algo escrito. No te preocupes que no es un testamento. -Le aclaro y señalo mi bolso.
-Tienes que aprender a decir las cosas.
-Tranquila que te la leeré yo.
Continuamos hablando de cosas sin importancias hasta que la segunda ronda de cervezas me anima a decirle lo que había escrito. Abro mi bandolera y saco la hoja doblada por la mitad.
-Ya me he puesta nerviosa. -Se confiesa.
-¿Por algo que me tienes que decir? -Quiero saber.
-No, por lo que hay escrito allí.
-Son solo ideas para que no se me olvidaran porque no sé si después de esto volveremos a hablar del tema.
-Bueno empieza.
Revisando tus redes sociales me di cuenta que no había dado me gusta ni comentado tus publicaciones, esto a priori puede parecer una tontería, pero…….

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