Queso con limón

No es cualquier queso, no es cualquier limón.

No quiero que te quedes…

Supe que se iba porque estaba ya vestida, o eso supuse al verla con el único ojo entreabierto que respondió a mi impulso. Era su silueta al lado de mi cama recogiéndose el pelo, sólo pude distinguir ese movimiento porque estaba oscuro, aún eran las seis de la mañana de aquel día de septiembre.

No quise moverme para que no supiera que estaba despierto, aunque queriendo tampoco podría; el exceso del alcohol y la fiesta de andrógenos de la noche anterior hicieron mella en mi organismo. La »factura» de los disfrutes desenfrenado: resaca.

Ella estaba de pie mirándome, entre mi cama y el armario dispuesto a menos de un metro de mí, lo suficiente para reflejarme en el espejo de la puerta corrediza del mismo. Decidí cerrar los ojos y quedarme en penumbra total respirando su olor, ese que bullía por toda la habitación y que, a diferencia de ella, no pretendía marcharse.

Dejó de mirarme, tomo su bolso y se fue sin más; sin encender alguna bombilla, ignorante del giro de 90 grados del pasillo que da a la salida, ese que que después de dos semanas viviendo en el piso todavía me costaba sortear en la oscuridad. Esperaba un golpe en la pared o un tropiezo que nunca ocurrió.

Al oír la puerta cerrarse supe que se había ido de verdad. En mi iluso subconsciente pensaba que volvería y se quedaría un rato más, que me dejaría prepararle el desayuno. ¡Qué iluso subconsciente! El mismo que empezaba a enamorarse de esa chica que hacía menos de doce horas le decía  »mucho gusto». Tonto yo, como siempre.

Me levanté y coloqué la cama en su sitio original, pegada a la pared del fondo de la habitación, y no donde se encontraba ahora:al otro extremo junto a la puerta, apenas dejando espacio para salir.

No podía obligarla a quedarse, pero pude haberla convencido. Por lo menos que supiera lo que yo demandaba en ese momento. Quizá habría reciprocidad entre mis pensamientos y los suyos. Quién sabe. Lo único verosímil es que ya no estaba. Debí tomarla de la mano, mirarla a los ojos y decirle: »no quiero que te quedes, quiero que no te vayas…».

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